sábado, 12 de marzo de 2016

EL PASO DE CEBRA Y EL FAMOSO PINTOR



Dicen que soy una fanática de la fotografía, porque siempre llevo la cámara a cuestas y retrato todo lo que veo, aunque en aquella ocasión valió la pena mi obsesión.
Me encontraba parada en la acera a punto de cruzar el paso de cebra, cuando al frente divisé a un pequeño que tiraba de la falda de su madre, esperaban a alguien, lo imaginé por el estado de ansiedad que denotaban sus miradas hacía izquierda y derecha de la calle.
Coloqué el objetivo en mi ojo y me disponía a disparar para hacer una instantánea del edificio modernista contiguo a ellos. De pronto un ruido sordo hizo que la inercia desviara mi mano unos centímetros y la foto que pude revelar al cabo de unos días en mi estudio no tenía nada que ver con lo que había enfocado.
Tampoco tuve tiempo de pensar en nada más, pues a mis pies vino a caer un chico de unos quince años de edad, lanzado por un golpe fatal. No había nadie más en la calle, la mujer y el niño habían desaparecido y en mis oídos resonaba el horroroso sonido que produjo el choque de un vehículo con la persona que se encontraba malherida tirada en el suelo.
Inmediatamente saqué mi teléfono móvil y llamé a una ambulancia, mientras tanto guardé la máquina en el bolso y empecé a hablarle a aquel chico que llorando llamaba a su madre.
Me desplacé con él al hospital y desde allí avisaron a su familia.
Cuando llegaron, se acababan de llevar a José al quirófano y al cabo de un tiempo interminable apareció un médico para informar a sus padres, que no habían podido salvarle la pierna derecha.
La madre se abrazó a mí y con llanto en los ojos, no cesaba de darme las gracias por haber ayudado a su querido hijo.
Al día siguiente en las noticias pude ver como desde la central de policía solicitaban que si alguien había podido ver el atropello, llamara al número de teléfono sobreimpreso en la pantalla.
Me personé en la comisaría e informé de lo que había visto. Nadie más lo hizo y no se pudieron esclarecer los hechos.
Al cabo de unas semanas, paseando por la calle di con un cartel en el que se anunciaba la inauguración de la exposición de un reconocido pintor, en el museo de la ciudad. Faltaban dos días, me pareció interesante, por lo que decidí que iría  con mi máquina y haría algunas fotos.
Había olvidado por completo revelar el carrete que llevaba en el bolso en el momento del accidente.
Entré en mi cuarto oscuro y lo hice, para sacar las que me habían quedado atrasadas de otros eventos, y así tener la máquina disponible. No podía imaginar la sorpresa que se encerraba allí, entre todas encontré una que me dejó helada.
Se veía como un despampanante deportivo, sin respetar el paso de cebra, lanzaba al aire al joven que pude socorrer aquel triste día y huía sin ni siquiera echar la vista atrás.
Llegado el viernes a las ocho de la tarde, todo está preparado para el gran evento, se abren las puertas del museo, dentro está lleno a rebosar de personalidades que celebran el acontecimiento ¡por suerte nadie repara en quien entra o sale!.
Me subo al atril desde donde hace unos minutos ha hablado el alcalde.
—Silencio por favor— reclamo.
El público se gira y me miran con cara de bobos.
A mi derecha está situado el jefe de policía, a la izquierda se encuentra José en una silla de ruedas.
Todos los asistentes con su copa de cava en la mano, no entienden que pretende hacer aquella mujer.
Saco la foto, que he ampliado en color y aparece el famoso pintor dentro de su vehículo, que sin inmutarse sale disparado cuando ve la atroz barbaridad que acaba de cometer.
Sin pérdida de tiempo es esposado y detenido.
A su lado con cara de espanto su esposa y su hijo lo miran;-son sus cómplices-
Ahora ya nadie se burla de mi afición a la fotografía.



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